En primer lugar, he de resaltar su originalidad: una historia que confiere gran importancia argumental al desarrollo de unos diálogos desenfadados, honestos y sin complejos con los que pasas una hora y media como pez en el agua, navegando en la química que trasmiten las miradas de Ethan Hawke y Julie Delphy. Una historia que no necesita violencia, sexo, drogas ni acción para llegarte a las entrañas. Más bien te hace poner los pies en el suelo, sin necesidad de recurrir a episodios dramáticos concienciadores ni exagerados. Presenta una sincera radiografía de las relaciones y declara los miedos e inseguridades más comunes que a todos nos azotan en algún momento de nuestra vida sentimental.
El incipiente romance parece una mera excusa para liberar una serie de discursos y episodios que hacen reflexionar y profundizar a los personajes en la verdadera naturaleza del comportamiento en sus respectivas acciones. La exposición de cómo funciona una relación sincera, sin tapujos y la superación de las crisis empezando por la aceptación de los propios errores. Una verdadera lección rematada con un apasionado broche final que mantiene en el aire ese espíritu idealizante que embarga desde el principio al fin todo el largometraje.
Sin duda, no se puede dejar de creer en el amor.
Aunque solo vivas de la voluntad de intentarlo.
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